No hace mucho tiempo fui opositor.
Opositar significa: nervios, dudas, incertidumbre, fatiga física y mental, frustración... Si alguien ha pasado o está pasando por el duro reto de enfrentarse a unas oposiciones, sabe de lo que estoy hablando.
El día del examen es como si todos aquellos estados emocionales acumulados durante los meses previos (o incluso años), se reunieran dentro de ti para organizar una gran fiesta. Es el momento del todo o nada, la hora de la verdad. ¿Todo el tiempo y esfuerzo invertidos habrán valido para algo?
Veía a gente en los pasillos antes de entrar al aula de examen y cada uno trataba de gestionar su ansiedad lo mejor que podía: repasando los apuntes por última vez para así no pensar, rezándole a un rosario, llamando a sus seres más cercanos para decirles que les querían... La verdad es que ahora que lo pienso, el aula de examen, a la que nos iban llamando uno a uno para entrar por orden alfabético, parecía aquel día más un matadero que la clase de una facultad.
¿Cómo gestioné yo mi propia ansiedad? Observando. La verdad es que observar siempre me ha servido para relajarme. A mí por ejemplo me gusta muy poco conducir y mucho viajar como pasajero: en coche, en tren, en avión... En esos momentos en los que sueltas el control (la Mente siempre quiere tener el control de todo, especialmente sobre lo que no controla), te dejas llevar por la vida como si fueras un pasajero y te sientes cómodo, relajado, tranquilo.
Me refiero a observar, sólo observar, por supuesto. Sin juicios ni valoraciones ni críticas... Sin control o pretensión de control. Mindfulness, Atención Plena. Sin embargo algo no estaba haciendo bien porque, aunque sí que conseguí reducir mi nivel de ansiedad, estaba enfadado. Estaba enfadado por tener que aguantar tanto histerismo, enfadado porque había mucha gente con la que iba a competir por una plaza, enfadado porque no sabía muy bien cómo había llegado hasta allí, enfadado porque quería que terminara lo más pronto posible. Creo que incluso me enfadaba el hecho de estar relativamente tranquilo cuando todo el mundo estaba nervioso.
Recuerdo (ahora, justo ahora que estoy escribiendo, porque esto no lo tenía preparado así) mi primer día de colegio. Mi madre al dejarme en el cole me dijo que cuando saliera vendría a recogerme, que si yo salía antes y ella no estaba que no me preocupara ni llorase, que ella aparecería pronto para llevarme a casa. Al salir mi madre no estaba y yo recordé lo que me había dicho y me mantuve tranquilo... hasta que me di cuenta de que a mi alrededor no había más que niños llorando histéricamente porque sus madres no había aparecido aún, así que yo me puse a llorar con ellos. Cuando mi madre apareció, me regañó (y con razón): "¿Por qué lloras, no recuerdas lo que te dije?" Hoy le diría que fui víctima de un proceso empático. En esa ocasión sólo pude articular un lastimero "No sé" entre hipo e hipo.
Lo que más me enfadaba de aquel día del examen era estar allí tranquilo cuando en realidad debía estar hecho un manojo de nervios como el resto. ¿Qué me pasaba? ¿A dónde había ido mi empatía? ¿Es que aquello no me importaba o ya lo daba por perdido?
Autoanalizándome ahora (y lo estoy haciendo, por eso me gusta tanto recomendar la escritura como ejercicio terapéutico) me doy cuenta de que algunas personas canalizan su ansiedad rezándole al rosario y otros simplemente se enfadan.
El hecho es que cuando por fin dijeron mi nombre y entré en el aula y me indicaron el sitio en el que debía sentarme... No creo en el destino ni ese tipo de cosas (Universo, karma, etc.), pero cuando me senté en el sitio donde realizaría mi examen, enseguida me percaté de que alguien había escrito una frase con típex. Una frase que llamó mucho mi atención y que decía:
La vida es una lenteja
No creo que el destino me pusiera en aquella mesa para leer esa frase, darle un significado especial y poder transmitírtelo. Pero es lo que está sucediendo ahora varios años después. Tampoco sé si mi interpretación de la frase es la misma que la persona que la escribió (seguramente no, me imagino a una una chica o chico aburrido por culpa del rollazo que le está contando algún profesor o profesora y escribiendo entonces con el típex la primera tontería que le viene a la cabeza), y puede que tampoco sea la misma que la tuya. ¿Qué te ha transmitido "la vida es una lenteja"?
A mí me transmitió paz. En cuanto la leí, desapareció el enfado y todo lo demás: los nervios, las dudas, la incertidumbre, la frustración... Se acabó la fiesta chicas. Me quedé tranquilo y contento.
Porque "la vida es una lenteja", para mí (y quizá sólo para mí, quizá tú tengas que encontrar tu propia frase) significó en aquel momento que aquel momento no era tan importante. De hecho, no era nada importante. No era más importante que una lenteja. Y hoy, en mi vida, significa que la vida no es más importante que una lenteja.
Es bonita, es sabrosa, es bella y merece ser vivida. Pero saber que no es importante (ni tiene que serlo) a mí me ayuda a quitarme miedos y preocupaciones que me impedirían valorar, saborear, apreciar y vivir mejor mi vida.
Por eso, si te estás o te tienes que enfrentar a algún reto hoy, ya sea un examen, una entrevista de trabajo, un proyecto, un cambio, una decisión "importante"... Hazlo, enfréntate, dedícale tiempo, esfuerzo, ganas, coraje, ilusión... Pero no pienses que es importante. No creas que te va la vida en ello. Y aunque así fuera: tu vida no es importante. La vida es una lenteja.
Suspendí aquel examen con una nota horrible. A veces me gusta pensar que gracias a aquel suspenso puedo estar aquí escribiéndote estas líneas. Que gracias a aquel suspenso hoy día hago un trabajo con mis pacientes y los asistentes a mis talleres que me gusta y me llena. Hoy, estoy tranquilo y contento.
Y cuando dejo de estarlo, porque no siempre se puede estar tranquilo y contento, creo que acordarme de la frase "La vida es una lenteja" me ayudará.
Espero que a ti también. ¡Un abrazo!
*Este post está dedidado a todos los opositores que rezan rosarios antes de un examen.