Una de las estrategias terapéuticas más usadas por los psicólogos, sobre todo los cognitivos-conductuales como yo, es la Activación Conductual.
Esta terapia se utiliza mucho para los trastornos depresivos y consiste, muy someramente, en activar a la persona (de ahí su nombre).
Uno de los síntomas más predominantes en un cuadro depresivo es el de la desmotivación, que lleva a la apatía y a la evitación de conducta y por tanto a la ausencia de reforzadores positivos.
A través de los cambios cognitivos, es decir, en la manera de pensar de la persona, ya que su estado anímico está más influido por su forma de interpretar su situación de vida y a él mismo más que por sus diversas situaciones de vida, se consigue mejorar el ánimo del paciente. Sin embargo éste es un trabajo arduo y lento y, mientras se hace (ya que sigue siendo un trabajo necesario), se puede intervenir directamente sobre los hábitos de la persona, motivándole a realizar actividades.
No cualesquiera actividades. Cada persona tiene las suyas y es trabajo del psicólogo ayudarla a buscarlas. Tienen que ser actividades que sean gratificantes para ella, que tengan un sentido y supongan una recompensa o así sería en condiciones normales, ya que por su estado anímico es muy posible que esa satisfacción tarde en encontrarse.
Sin embargo la idea base de la que se parte es primero acción y luego motivación. Pongamos un ejemplo: imagina que quieres empezar a salir a correr, pero cada vez que vas a ponerte te invade la pereza y al final lo acabas postergando un día, y otro, y otro... La famosa procrastinación. Te faltan ganas, fuerza de voluntad y motivación, porque aunque quieres empezar, a la hora de la verdad no encuentras reforzadores positivos (alicientes) para hacerlo, ya que éstos no son inmediatos. La clave reside entonces en ¡hacer!, sin ganas, sin motivación, fuérzate, sal a la calle a correr, comprométete seriamente a hacerlo y hazlo.
La motivación vendrás después cuando, poco a poco, aprecies cómo al correr te vas sintiendo mejor, que es una sensación agradable (el ejercicio físico libera hormonas asociadas a emociones placenteras), que te vas notando cada vez más saludable, con más energía... Hasta que llega un día en el que ya no te cuesta, lo haces sin pensar, porque el refuerzo ha surgido, tu cerebro ha establecido una asociación entre salir a correr y sentirse bien y has convertido entonces esa actividad en un hábito.
Pues así con muchas actividades que en un primer momento el paciente no quiere o no le pone empeño en hacer pero que luego, simplemente haciéndolas, por el simple hecho de hacerlas, va a sentirse mejor.
Porque las personas nos sentimos bien haciendo, moviéndonos, activándonos, independientemente de los resultados que consigamos, el hacer, el camino, el proceso, puede ser divertido, estimulante y reconfortante. Algunos de los beneficios de tener una vida activa son:
1. No piensas tanto. Los procesos rumiativos (dar vueltas y vueltas a un problema, idea o situación) son muy frecuentes en los estados depresivos, los mantienen y los agravan, y a través del hacer, salimos de nuestra propia mente.
2. Te cansas más. Y eso hace que puedas luego dormir mejor, ya que otro de los síntomas de la depresión es el imsomnio, que además provoca que te levantes con peor ánimo y menos ganas de hacer cosas, estableciéndose una espiral de inactividad.
3. Cambias la imagen que tienes de ti mismo, el YO. Todos nos vemos, nos autoobservamos y nos quedamos con una imagen de nosotros. Si la imagen que tengo de mí mismo es la de un tipo que está todo el día tirado en el sofá sin hacer gran cosa, ¿me sentiré igual de bien que si mi imagen es la de una persona activa y enérgica?
4. Encuentras la sal de la vida: las personas nos sentimos mejor cuando hacemos más aquello que más nos gusta hacer. Ésa es la sal de la vida. Lo que pasa es que las personas con depresión es como si hubieran perdido el sentido del gusto: ¡no le encuentran sabor a nada! Pero eso es sólo así al principio, después, a medida que vas haciendo, vas recuperando el sabor.
5. Por último, también se hace mucho hincapié en las rutinas y las relaciones, en la manera en que las personas con un problemas de depresión se relacionan con su entorno y las personas de su entorno. Y cuando encontramos relaciones conflictivas o insatisfactorias y rutinas que no aportan nada, y las eliminamos o las modificamos, cambiamos también el nivel de satisfacción de la persona. Es decir: no se trata sólo de hacer más, sino de cambiar tu manera de hacer, para hacer mejor.
Relacionarte mejor contigo mismo y con tu entorno, para sentirte mejor. No es tan fácil como suena, pero suena lo bastante bien como para intentarlo. Y si necesitas que te echen una mano, ¡no lo dudes, pídela!
Yo por lo pronto termino, no dándote la mano, pero sí enviándote este sincero y enorme ¡ABRAZO!