Sin lugar a dudas uno de mis pecados menos favoritos es la vanidad.
Hay muchas definiciones de vanidad. Yo he escogido ésta: Orgullo de la persona que tiene en un alto concepto sus propios méritos y un afán excesivo de ser admirado y considerado por ellos.
No hay nada malo (más bien al contrario) en enorgullecerse de los propios méritos y tener un alto concepto de ellos, siempre y cuando no deje de ser un concepto realista y sea consciente también de mis defectos y limitaciones.
El problema nos lo muestra la segunda parte de la definición: afán excesivo de ser admirado. A todos nos gusta gustar. Pero a la persona vanidosa le gusta gustar mucho, en exceso. De tal manera que las consecuencias negativas de ese anhelo pueden ser:
1. No vivir una vida auténtica. Vivir orientado hacia lo que se espera de mí en lugar de hacia lo que yo realmente quiero hacer y ser.
2. Ansiedad intensa por perseguir el propósito de ser aprobado o admirado.
3. Frustraciones exageradas por no conseguirlo.
La vanidad, tradicionalmente, ha sido distinta para los chicos y las chicas. A nosotros se nos ha educado para competir y ganar, a las niñas para gustar. Así, la vanidad masculina se muestra en lo que se tiene (la casa más grande, el coche más caro...) y en las mujeres en lo que se exhibe (belleza, glamour...). Pero esto está cambiando con la educación moderna, cada vez más centrada en educar a hombres y mujeres por igual (lo cual claro que me parece justo y positivo), por lo que nos encontramos hoy estos dos tipos de vanidades mezcladas y cruzadas.
Otro fenómeno que ha cambiado la vanidad moderna ha sido por supuesto el auge de las Redes Sociales, que son un escaparate permanente para la imagen que queremos proyectar de nosotros mismos. De hecho, la palabra "postureo" es un neologismo (nuevo concepto) que se hace popular gracias a la cultura millennial (postdigital), y que se refiere a la actitud de adoptar ciertas costumbres o actividades más por ánimo de querer aparentar o causar buena impresión que por auténtica convicción.
Un buen (o mejor dicho mal, malísimo) ejemplo de esa conducta es la aparición de aplicaciones que sirven para distorsionar a través de filtros la imagen de las fotos (te puedes cambiar el volumen de los pechos, el color de los ojos, ponerte la cara más fina, quitarte anchura corporal...). Estas aplicaciones están siendo muy usadas por los jóvenes hoy día, y esto es un problema, porque este hábito de distorsionar la propia imagen es a la vez manifestación y a la vez consecuencia de otro impacto negativo de la vanidad moderna:
4. La no aceptación de uno mismo.
Lo cual, casi sobra decirlo, conlleva serios problemas de autoestima.
Si me obsesiono con mostrar una imagen de mí mismo que no es auténtica, estoy entrenando el autorrechazo. No me acepto, no me quiero, porque no soy lo que se espera (lo que entiendo que la sociedad espera) de mí, así que me oculto tras una falsa imagen o detrás de una fachada de felicidad irreal.
Pero por mucho que me oculte siempre me encuentro conmigo mismo, y si mi mí mismo no me gusta... al final me sentiré mal.
La solución por tanto a este problema es evidente: ¡gústate! Gustate, joder. Conócete, acéptate tal como eres, con tus defectos y virtudes, y desde la aceptación, busca el cambio, pero sin orientarte a lo que los demás esperan de ti, ya que no sabes qué es eso y cada persona o grupo puede tener unas expectativas diferentes, y por más que te esfuerces siempre habrá gente a la que gustes y gente a la que no (¿y qué?); oriéntate a lo que tú quieres ser, a lo que tú quieres hacer, a la vida que quieres vivir.
Porque nuestra mejor versión no sale a relucir cuando hago o soy lo que los demás esperan, sino cuando más me parezco a quien realmente soy, ya que no habrá nada en el mundo que se nos dé mejor que ser nosotros mismos. Y hacer aquello que se nos da mejor, suele dar mucho gustito.
Así pues, frente a la vanidad, recuerda esta palabra:
GENUINIDAD
Convirtámosla entre todos en el neologismo más popular del nuevo milenio. ¡Un abrazo!