Este pasado domingo 2 de mayo estrenamos en La Cochera Cabaret de Málaga el espectáculo "Mis idas de olla. Un psicólogo al borde de una crisis existencial", una obra escénica que fusiona las charlas de bienestar psicoemocional con el teatro, el stand up comedy (monólogos) y otras disciplinas artísticas. Está escrita y dirigida por mí y también participaba en ella, lo que supuso una salida tremenda de mi zona de confort. No soy actor ni cómico ni tampoco conferenciante (al menos hasta ese momento), así que como era la primera vez, como no eran mis tablas... ¡estaba cagado!
Por eso, el día anterior a la representación, me puse la película Birdman o (La Inesperada Virtud de la Ignorancia), un film de Alejandro González Iñárritu, protagonizado por Michael Keaton, que narra la odisea de un actor de cine comercial, ahora en declive, para producir una obra de teatro. Pero, más allá del argumento, el tema de la película, claramente, es: la necesidad de reconocimiento por parte de nuestro ego.
El personaje de Keaton se juega su patrimonio y la salud, literalmente, por sacar su obra adelante. Está tan obsesionado con hacerlo que incluso deteriora su relación con las personas que más quiere. Y, ¿por qué? Porque ansía abandonar esa imagen de actor popular (pero mediocre) que la gente se ha hecho de él y desea, no, necesita, urgentemente, ser valorado como un actor serio, prestigioso... Trascendente.
Trascendente. En la película se habla sobre la supuesta trascendencia del ser humano. En una escena de la misma, la hija de Keaton, interpretada por una magistral Emma Stone, le explica a su padre un ejercicio que le enseñaron a hacer durante su estancia en un centro de desintoxicación: se trata de coger un rollo de papel higiénico e ir dibujando en sus tiras, rayita a rayita, todos los millones de miles de años de La Tierra (6 mil millones de años). Cada rayita representa solo mil años. Por lo que hay que dibujar muchas rayitas. Al final del ejercicio, se corta la parte del papel que representa el tiempo que el ser humano lleva habitando La Tierra (150 mil años). Es una parte muy pequeña del todo. Al final de la conversación con su padre, ella le dice: "Con esto tratan de recordarnos el valor de nuestro ego y narcisismo".
Así de pequeños somos. No somos trascendentes. No somos relevantes. No somos importantes. Y, sin embargo, nuestro ego, el ser que habita en nuestra mente (la imagen de nosotros mismos con la que nos identificamos), al hacernos creer que sí, que lo somos, todos nuestros actos, todas las impresiones que causemos en los demás, todos nuestros problemas, traumas, complejos o carencias, también nos los hace ver como algo trascendente.
Por tanto, debo hacerlo todo bien (o muy bien... o perfecto) siempre, para causar una buena impresión en los demás y obtener reconocimiento y evitar el trauma del ridículo o del fracaso... ¡porque todo eso es muy importante!
- Hacer una obra y que salga genial y que a todo el mundo le guste.
- Hablar en público y que tu exposición salga perfecta.
- Acudir a un evento social y ser popular.
- Entregar todas la tareas a tiempo para obtener el aprecio de tus jefes.
- Ser la persona que socialmente se supone que debes ser.
El problema del reconocimiento, en realidad, no es que lo deseemos. Porque, al fin y al cabo, como animales sociales que somos, nos gusta ser reconocidos y no podemos erradicar ese anhelo de nuestro esquema mental. Simplemente está. No queda otra que aceptarlo. Pero, el problema sí es confundir reconocimiento con amor. Porque el amor es una necesidad. Necesitamos amor desde que somos bebés para poder sobrevivir. Sentimientos de conexión y pertenencia (aunque no sea a otras personas... a los animales, a la naturaleza, a la vida). Pero no necesitamos reconocimiento.
La sensación de necesidad nos lleva a sobrevalorar el impacto tanto positivo como negativo del objeto que creemos que necesitamos. Entonces, ¡es maravilloso ser reconocido! ¡Y es horrible no serlo! Pues, chico, chica, el mundo va a seguir girando igual por mucho merecimiento o desmerecimiento que obtengas.
Y, creo, no es tan malo saberse tan pequeño en este vasto mundo, porque así, mi supuesta necesidad de reconocimiento también lo será, e igual mis fallos, y mis defectos, y mis carencias... Y porque no necesitamos ser trascendentes para amar y ser amados (o sentirnos conectados a algo).
El amor y el reconocimiento no son lo mismo. No los confundas. Jamás. Así que ama, pues esta es la única manera de obtener amor, amar. Y no trates de impresionar a nadie.
No trates de impresionar a nadie.
No trates de impresionar a nadie.
Cuestiona lo que digo; la duda nos acerca más a la verdad.
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Si te gusté yo, hago terapia psicológica en consulta en Málaga y online para el resto del mundo.
Y, ¡ah!, por cierto, al final la representación fue muy bien. Llenamos La Cochera y el público nos devolvió un poco de su reconocimiento (que está muy bien y nos puso muy contentos) y mucho amor. Amor de ida y de vuelta. ¡Gracias, un abrazo!