¿Quién no se lo ha dicho alguna vez? Quizá usando otra expresión. Una vocecita en la cabeza: "Tienes que estar mal".
Si hay algún problema importante en tu vida y no hallas la solución, si tienes alguna carencia, si la amenaza de una posible adversidad o pérdida se vislumbra en el horizonte... ¿Cómo vas a estar tranquilo? Tienes que que preocuparte. Tienes que estar mal.
Si perdiste a un ser querido, si acabó tu relación, si no conseguiste aquello que deseabas... ¿Cómo vas a estar alegre? Tienes que estar mal.
Si te vas conociendo mejor y descubriendo debilidades, miedos, complejos u otras zonas oscuras en ti... ¿Cómo vas a estar bien contigo mismo? Eso sería conformarse. Tienes que estar mal.
Y es que, qué diferente es el acto de permitirse estar mal al de decirse "tienes que estar mal". Cuando me ha pasado algo malo (o que valoro como malo), todo el derecho del mundo a sentirme triste, preocupado o enfadado. Cuando me ha pasado algo malo y me siguen sucediendo cosas que, ahora, podría valorar como buenas... No me permito estar bien. No. Tienes que estar mal.
Porque nuestra mente controladora y perfeccionista no puede permitirse que haya problemas, decepciones, fracasos o que no seamos lo que se supone que deberíamos ser. Y, mientras todo eso pase, ¿cómo vas a relajarte, como vas a estar contento, cómo vas a aceptar ser quien realmente eres?
Y, entonces, nos enfocamos en lo malo, en lo que tendría que ser pero no es y por lo tanto es malo, y si es malo, aunque haya cosas buenas, cómo me voy a permitir estar bien.
Y donde ponemos la atención, ahí está nuestra vida. Pero, por muy grave que sea el problema, por muy dura que sea la pérdida, por muy importante que sea tu debilidad... no creo que esa sea toda tu vida. Por tanto, no pongas toda tu atención ahí.
Cuanto más ando este camino llamado vida más me doy cuenta de lo crucial que es saber mantener el equilibrio para seguir avanzando. Por eso, es necesario permitirse estar mal... y también estar bien.
No se trata de rechazar el dolor. Se trata de darle su espacio. Pero no dejar de dárselo a la dicha, a la gratitud, al humor, al amor, a la paz.
No se trata de que todo nos vaya bien. Se trata de aceptar lo malo y que eso no me impida seguir produciendo momentos de felicidad.
No se trata del "tienes que". Menos "tengo que" y más "me permito". Me doy. Me regalo.
Como este regalo que hoy yo, en forma de post, te regalo a ti y me regalo a mí mismo.
Cuestiona todo lo que digo; la duda nos acerca más a la verdad.
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Si te gusté yo, hago terapia psicológica en consulta en Málaga y online para el resto del mundo.
Y, recibe como siempre, ¡un abrazo!