El Ego es la consciencia de uno mismo.
Entonces, nos solemos referir al Ego como un ente propio, ya que yo no soy sólo yo, no soy sólo lo que hago, lo que digo, lo que siento o lo que pienso, también soy lo que pienso que hago, lo que pienso que digo, lo que pienso que siento e incluso lo que pienso que pienso.
Toma ya... Pues no acaba ahí la cosa, porque el Ego es además la consciencia de uno mismo en el mundo, ya que no somos seres aislados, sino que vivimos en constante interrelación con nuestro entorno. El Ego es también por tanto lo que pienso que hacen, lo que pienso que dicen, lo que pienso que sienten y lo que pienso que piensan, respecto a mí.
Ole. Pero tampoco acaba aquí la cosa. Porque yo no soy sólo mi Ego, aunque pueda parecerme que yo soy sólo mi Ego. En realidad: Yo soy más que lo que pienso que hago, digo, siento y pienso, y más que lo que pienso que mi entorno hace, dice, siente y piensa respecto a mí, ya que también soy lo que hago, digo, siento y pienso en constante interrelación con mi entorno.
Sin embargo, lo que creo que es más importante (o quizá lo que creo que cree mi Ego que yo creo que es más importante... mejor dejémoslo) es que nos demos cuenta de que: existe una relación entre la consciencia de mí mismo y mi mí mismo. Es decir, entre mi Ego y Yo. Y esa relación, al igual que la relación con un familiar, un amigo, una pareja, un compi del trabajo y etcétera, también es susceptible de ser tóxica.
Lo explicaré con una pequeña metáfora: la del jarrón milenario.
Imagina que tienes un jarrón en tu casa, y que es precioso. Es tan bonito que cada vez que pasas por su lado, abrumado por su hermosura, te levanta el ánimo, te hace sentir bien. Quieres ese jarron, lo amas.
Pero un día llega a ti una asombrosa revelación: resulta que ese jarrón que hay en tu casa, es un jarrón milenario, de un valor imposible de calcular. El jarrón ya no sólo es hermoso, ahora es importante. Y desde que sabes esto, lógicamente, te vuelves muy cuidadoso y precavido con el jarrón: ya no limpias la zona en la que se encuentra temeroso de cometer una torpeza y que se rompa, tampoco te provoca la alegría que sentías antes la visión del jarrón porque ahora ni te atreves a pasar por su lado por miedo a tropezar y derribarlo, ni siquiera invitas a amigos a tu casa, desconfiando de que alguno sepa de la valía del jarrón y decida robártelo, ¡e incluso no consigues dormir por las noches debido a este motivo!
Sin darte cuenta de cómo, el jarrón se ha ido convirtiendo en la causa de multitud de desdichas. Y es que, en realidad, el jarrón ya era valioso antes de que supieras que era milenario. Ni siquiera hacía falta que supieras de esta cualidad para considerarlo de un valor incalculable: el jarrón era hermoso, el jarrón te hacía sentir bien. Amabas el jarrón, y no hacía falta que fuera un jarrón importante, para amarle.
Cuando la consciencia de nosotros mismos en el mundo nos otorga demasiada importancia en él, aparecen el celo, la inseguridad, la desconfianza. No es que no haya amor, pero no fluye, porque lo que fluye es el miedo, y ese miedo bloquea el amor. El Ego está orientado a la protección y tan enfocado en ella, debido al peso y relevancia que nos da, que finalmente se convierte en sobreprotección.
Cuando me quiero, sin condiciones, porque no necesito ser milenario, no necesito ser importante, no necesito que no me rompan, simplemente me quiero, independientemente de lo que piense que haya hecho, dicho, sentido o pensado, y por supuesto, totalmente independiente a lo que piense que otros hagan, digan, sientan o piensen de mí, entonces, fluye el amor.
El miedo empuja la sobreprotección, que sólo lleva a más miedo.
Y lo que empuja el amor, es el amor.
Un abrazo.
Y:
Date el suficiente valor
como para que te dé igual que te rompas.
Porque cuando eso pase, será el valor que te das,
lo que recomponga tus piezas