A pesar de los miles de años transcurridos y todos los avances realizados, la verdad es que nuestro cerebro, desde un punto de vista evolutivo, no es muy diferente al de un hombre de las cavernas. Y sólo hace falta echar un vistazo a alguno de nuestros análogos para darse cuenta, ¿verdad? Algunos por cierto ocupan sillones en despachos importantes.
Así, el hombre de las cavernas necesitaba un cerebro muy en alerta porque cada vez que salía de la cueva se enfrentaba a peligros constantes: animales salvajes, tribus rivales, accidentes geográficos... El hombre de las cavernas necesitaba vivir con miedo, y sabía vivir con miedo, porque al fin y al cabo ese miedo le salvaba la vida.
Hoy sin embargo, esos peligros han desaparecido, pero en muchas ocasiones mantenemos ese nivel de alerta, aun cuando la amenaza no es real. El miedo por tanto, que es inevitable y sigue siendo necesario, se convierte no obstante en multitud de casos en un miedo exagerado.
Y de ahí vienen la fobias, las inseguridades, la ansiedad, el estrés...
Sobrevaloramos los peligros del mundo real y las consecuencias negativas de su impacto. Y el miedo que nace de esa sobrevaloración, es un miedo totalmente disfuncional, inadaptativo.
Por lo tanto, una 1ª clave para superar nuestros miedos o, mejor dicho, aprender a vivir con nuestros miedos, tal como hacía el hombre de las cavernas, es hacer una valoración más justa del peligro, pero también de los recursos personales que tenemos para afrontar ese peligro. Entiéndase como peligro, en el mundo actual: un despido, una enfermedad, un rechazo, una ruptura, una tarea, un reto, una hipoteca, unloquesea, porque al fin y al cabo, hoy día, ante cualquier estímulo podemos reaccionar como si estuviéramos frente a una grave amenaza.
Luego, una 2ª clave, al hilo de lo expuesto, sería valorar también en su justa medida el impacto de las consecuencias negativas del peligro o amenaza. Es decir, el "ponte en lo peor". Y cuidado porque, seguramente, al ponerte en lo peor, te darás cuenta de que lo temido efectivamente no es nada bueno, no es deseado, es una faena. Al fin y al cabo nadie quiere ser despedido (a no ser que no te guste tu trabajo), nadie quiere contraer una enfermedad (a no ser que no te guste tu trabajo y quieras cogerte una baja), nadie quiere que le rechacen o que rompan su relación (a no ser que...). Pero poniéndote en lo peor te darás cuenta de que lo peor, no es el fin. Es un mal superable. Después de lo peor, sigue habiendo soluciones y alternativas, incluso en el caso de una enfermedad terminal, hay alternativas: tu alternativa es el aquí y ahora. Incluso en el caso de la muerte, después del mal más temido, queda la paz.
Por último, una 3ª clave para aprender a vivir con tu miedo es comprometerte con la vida que quieres vivir. Es verdad que hay afuera hay peligros y amenazas, y aunque la mayoría son inventados o exagerados, nuestro cerebro en alerta (nuestro Ego Sobreprotector) no puede evitar alarmase. Es evolución, una respuesta muchas veces innatas, no elegimos sobresaltarnos ante la mayor tontería del mundo. Pero sí que podemos decidir preocuparnos ante esa falsa alarma, o redirigir nuestra atención y acción hacia lo que verdaderamente me importa y da significado a mi vida: mi familia, mis amigos, mis proyectos, mis metas, mis aficiones, mis principios y valores, mi ilusión...
Hace poco leí una genial frase de Daniel Dafoe que dice: "El miedo no para la muerte, pero detiene la vida". Y otra no menos genial de Pablo Neruda: "Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida". Sintetizan bastante bien la idea fundamental de este post:
Si tu compromiso es con el amor a la vida,
y no con el miedo a la muerte
(o con cualquier otro tipo de miedo),
ese compromiso te dará la lucidez suficiente para ignorar tus miedos,
sin son inventados o exagerados,
o afrontarlos, si suponen un obstáculo para tu compromiso
con el amor a la vida.
Vive con miedo que no pasa nada... mientras el miedo no te impida salir de la cueva... y vivir la vida que quieres vivir. Un abrazo.