Una de las principales dificultades que me encuentro a la hora de hacer terapia de pareja, son las expectativas que uno de los dos, si no los dos, pone sobre el otro.
Parece como si el otro tuviera que ser, hacer y decir como yo quiero que sea, haga y diga para que la relación funcione, como si el otro debiera cambiar para que yo sea feliz.
¿Es el otro quién tiene que cambiar para que tú seas feliz, o tú?
Y cuidado, no digo que tú no tengas derecho a desear y solicitar cambios en el otro, igual que el otro tiene el deber de abrirse al cambio, de mostrarse receptivo al cambio, que no de necesariamente cambiar por ti.
"¿Entonces qué pasa, que si eructa, se hurga la nariz y deja pelos constantemente en la bañera, tengo que cruzarme de brazos y aguantarme?". No... necesariamente. El problema de este planteamiento es la falsa percepción de obligación de la persona que pone las expectativas, que demanda el cambio: "¡el otro me está obligando a quedarme en una relación que no me gusta!"
Ahí está el sesgo, ahí está la falacia, ahí está el error. Nadie te está obligando a nada más que tú mismo. Puedes romper esa relación en el momento que quieras. "¡Pero no quiero romper esa relación, porque amo a mi pareja!" Entonces: ¿no estás eligiendo libremente continuar con tu pareja, porque le amas, y a pesar de los eructos, hurgamientos de nariz y pelos en la bañera?
Y de golpe y plumazo, se evapora esa falsa sensación de que el otro te está obligando a nada. Tienes dos opciones: o aceptar o terminar.
Y una tercera, la de solicitar el cambio. Porque como dije, tienes todo el derecho de mundo a querer que el otro cambie aspectos (actitudes, conductas) que te afectan y te molestan. Pero ya sin obligación. Puesto que el otro no te está obligando a nada y si decides permanecer en la relación es porque tú, libremente, lo estás eligiendo, no estás en posición tampoco de obligar al otro a nada.
Pero sí puedes pedir, sugerir, invitar, aconsejar, negociar, acordar...
Y la paradoja es que cuando usamos esos verbos en lugar de: exigir, demandar, obligar, chantajear... ¡Funciona mejor! El otro se vuelve más receptivo al cambio. Si le obligas, el otro percibe que le estás quitando un derecho, y con razón, ¡el derecho a decidir!, y defenderá a muerte ese derecho, porque es importante, y se cerrará por tanto a tu demanda.
Pero si pides, sugieres, invitas... No te estarás obligando a cambiar al otro, lo cual te generaría una frustración innecesaria, y el otro no se sentirá obligado, percibirá que puede decidir y, si actúa de manera inteligente, escogerá la opción que facilite la armonía de la relación y por tanto la felicidad compartida.
Contento tú, contento yo, ¡felices y libres los dos!
Y si el otro no escoge la opción más inteligente, siempre puedes mandarle de paseo, o no, o quedarte con tu tonto-tonta, porque a pesar de lo tonto o tonta que es, tiene otras muchas cualidades que valoras, y porque quieres a ese tonto-tonta, y porque, al fin y al cabo...
Tu felicidad no depende de nadie más que de ti.
¡Un abrazo!